
Hoy 30 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de San Jerónimo, hombre gigante que en una gruta de Belén llevó a cabo una gesta histórica para la cultura occidental: sin tecnología ni internet, solo con los medios que había en el siglo IV, tradujo la Biblia al latín a partir de manuscritos originales, versión llamada Vulgata, porque durante siglos fue alimento del pueblo cristiano (vulgo). «Ignorar las Sagradas Escrituras es ignorar a Cristo».
Cuando los peregrinos llegamos a Belén y visitamos la Basílica de la Natividad, muy cerca de la gruta en la que nació Jesús, visitamos también la gruta donde vivió este santo Doctor y Padre de la Iglesia unos 35 años y donde murió en el año 419 o 420. Allí estuvo enterrado también muchos siglos hasta que los cruzados llevaron sus restos a Roma. A menudo celebramos en esa capilla la santa misa bastante apretujados. Después salimos al claustro dedicado a él, que en el centro exhibe una estatua suya de terracota. Entre sus seguidores la bienhechora romana Paula y su hija Eustoquio o san Eusebio de Cremona también se sepultaron en esas grutas a muy pocos metros de la gruta de Navidad.

Un hombre de una gracia extraordinaria
Nacido en Dalmacia en torno al año 347, sus padres le enviaron a Roma a perfeccionar sus estudios. Recibió el bautismo en el año 366 y se orientó hacia la vida ascética. Se había educado en lenguas, retórica y figuras del mundo clásico en Roma, con los maestros más reputados del momento. Estuvo al servicio del papa español san Dámaso.
Sus refinados gustos literarios se quedaron pequeños cuando descubrió la Biblia y le dedicó la vida entera por la meditación, el estudio y la traducción. Comprendió que la clave era Cristo para interpretar aquel «libro sellado». Se retiró al desierto de Calcis, al sur de Alepo, a estudiar griego y hebreo; pasó por Egipto y recorrió primero toda Tierra Santa para acabar estableciéndose en Belén en 386, donde fundó dos monasterios: unos de hombres y otro de mujeres a los que formó, junto al pueblo llano, en la Palabra de Dios edificando la Iglesia. Allí tenía acceso a maestros judíos que le ayudaban a interpretar mejor el sentido de las palabras de los códices. Y también fundó un hospedería para los peregrinos a Tierra Santa además de escribir más libros, un enorme epistolario y comentarios. Uno de ellos recoge más de cien biografías de autores cristianos.
Postumiano, que en el siglo IV viajó a Oriente para descubrir los movimientos monásticos, fue testigo ocular del estilo de vida de Jerónimo, con quien permaneció unos meses, y lo describió de la siguiente manera: «Él es todo en la lectura, todo en los libros; no descansa ni de día ni de noche; siempre lee o escribe algo» (Dialogus 1,9).

Versión oficial de la Iglesia
Es Padre de la Iglesia y santo pero el tamaño de su gesta no puede dejarnos indiferentes. Su trabajo fue enorme: sus viajes, sus fundaciones, sus seguidores, en un extremo del imperio bizantino. El conocimiento de las lenguas le permitió «una comprensión más universal del cristianismo y, al mismo tiempo, más acorde con sus fuentes». Gracias a él la Biblia pudo conocerse y difundirse por todo el mundo. Y se ha mantenido como versión oficial de la Biblia en la Iglesia latina hasta bien entrado el siglo XX, que se ha hecho una segunda versión, siempre partiendo de los textos originales.

Carta del papa
El año pasado se celebró el XVI centenario de su muerte y el papa escribió la Carta apostólica Scripturae Sacrae Affectus donde le llama «biblioteca de Cristo». Y a los jóvenes especialmente nos exhorta: «Id a buscar vuestra herencia. El cristianismo os convierte en herederos de un patrimonio cultural insuperable del que debéis tomar posesión. Apasionaos con esta historia, que es vuestra. Atreveos a fijar la mirada en Jerónimo, ese joven inquieto que, como el personaje de la parábola de Jesús, vendió todo lo que tenía para comprar «la perla de gran valor» (Mt 13,46)».
También presenta a San Jerónimo como una figura de actualidad para la Iglesia de hoy: «su admirable figura en la historia de la Iglesia y su gran amor por Cristo. Este amor se extiende, como un río en muchos cauces, a través de su obra de incansable estudioso, traductor, exegeta, profundo conocedor y apasionado divulgador de la Sagrada Escritura; fino intérprete de los textos bíblicos; ardiente y en ocasiones impetuoso defensor de la verdad cristiana; ascético y eremita intransigente, además de experto guía espiritual, en su generosidad y ternura».
Se le representa con la ropa púrpura porque pertenecía al presbiterio del papa en una época muy convulsa para la Iglesia y, normalmente, en actitud penitente. Un santo mayúsculo por su obra, por su pasión por la Palabra de Dios, cuyos criterios se han mantenido vigentes en los estudiosos de la Biblia hasta hoy, que puede decirse que la cultura occidental ha crecido a la sombra de su traducción, versión oficial para todos, que en una gruta humilde vivió la mayor parte de su vida trabajando tras palpar el pulso del centro del imperio y de la Iglesia, tras haber conocido a Jesucristo.
En una carta a san Paulino de Nola exhorta: «Tratemos de aprender en la tierra las verdades cuya consistencia permanecerá también en el cielo» (Ep 53, 10).
2 Vídeos de Christian Media Center:
San Jerónimo: de la Vulgata hasta nuestros días
En Belén, en la gruta de San Jerónimo