Imagen de la pintura mural que representa el nacimiento de Jesús en la pequeña iglesia del Campo de los Pastores, muy cerca de Belén.
La música es de Fernando Arbex, Cantata «Terrasanta», 2000.
En este mes de mayo estamos ofreciendo un pequeño audio dedicado a algún momento de la vida de la Virgen hecho cada día por diferentes autores.
Hoy día 8, Enrique González Torres, nos acerca al momento del Nacimiento de Jesús en la gruta de Belén que los peregrinos veneramos con asombro y ternura cuando besamos la estrella de plata que marca el lugar exacto.
«La Virgen está pálida, mira al Niño. Y lo que sería necesario pintar en su cara es un ansioso estupor que solamente una vez ha aparecido en un rostro humano. Porque el Cristo es su bebé, carne de su carne y fruto de su vientre. Lo ha llevado en su seno nueve meses, y le dará el pecho, y su leche se convertirá en sangre de Dios. Lo estrecha entre sus brazos y le dice: ¡Pequeñín mío!
Pero en otros momentos, se queda como pensativa, y reflexiona: Es Dios, y se siente invadida por una especie de temor religioso ante este Dios mudo, ante este terrible Niño. Todas las madres se sienten en algún momento atraídas así por ese fragmento rebelde de su carne que es su niño, y se sienten como en el exilio ante esta nueva vida, que ha sido hecha con la suya, y que llenan de extraños pensamientos. Pero ningún niño ha sido jamás más cruel y más rápidamente arrancado a su madre, porque él es Dios, y está por encima de todo lo que Ella puede imaginar. Y es una prueba muy dura para una madre sentir vergüenza de sí misma y de su condición humana delante de su hijo.
Hay también otros momentos, rápidos y difíciles, en los que siente, simultáneamente, que el Cristo es su hijo, su pequeño, lo mira y piensa: Este Dios es hijo mío, esta carne divina es mi carne, está hecha de mí, tiene mis ojos, y esa forma de su boca es la forma de la mía, se me parece. Es Dios y se me parece. Y ninguna mujer ha tenido la suerte de tener a su Dios para ella sola: un Dios crío al que se puede coger en brazos y cubrirlo de besos; y que vive, y que da vida. Y es en esos momentos cuando yo pintaría a María, si yo fuera pintor, y trataría de lograr la expresión de audaz ternura y timidez con la que alarga sus dedos para tocar la dulce pequeña piel de este crío-Dios, cuyo pequeño peso cálido siente sobre sus rodillas mientras le sonríe. Esto es todo sobre Jesús y sobre la Virgen María.» (Jean-Paul Sartre, Barioná, el hijo del trueno).