Hoy, 18 de agosto, es el día de Santa Elena, uno de los personajes clave en Tierra Santa.
Madre del emperador Constantino, viajera y arqueóloga, buscadora infatigable, llegó a Jerusalén en el año 326 y encontró la Cruz de Cristo, el madero glorioso que nos trajo la redención. Su presencia en Tierra Santa se palpa sobre todo en la Basílica del Santo Sepulcro ya que, sin su intervención, no tendríamos acceso a los Lugares Santos por excelencia. Construyó tres grandes basílicas: la del Santo Sepulcro, la del Monte de los Olivos y la de Belén.
No sin razón es patrona de los arqueólogos y también de los matrimonios difíciles y los divorciados. La verdad es que tuvo una vida intensa. Hija de un sirviente, nacida en la actual Turquía, Flavia Julia Helena se casó con un famoso general del ejército imperial, Constancio Floro en el año 272. Pero, para obtener el favor del coemperador Maximiano, en 289 el militar repudió a su mujer y se casó con la hija de este teniendo seis hijos. A los cuatro años ya había ascendido a rango de césar, uno de los cuatro principales que compartían el poder de la tetrarquía que gobernaba el Imperio romano a principios del siglo IV.
Al morir, sus tropas leales proclamaron augusto (emperador) a su hijo Constantino, el hijo que había tenido con su primera mujer, santa Elena. Será llamado el Grande cuando funde la monarquía absoluta y hereditaria. Lo transformó todo. Trasladó la capitalidad del Imperio a Constantinopla, refundada en el 324, y se bautizó antes de morir.
Pero su hecho más conocido es haber sido el primer emperador romano que autorizó el culto cristiano, la libertad religiosa, en el Edicto de Milán del año 313, dando fin a la terrible persecución que los cristianos habían sufrido durante casi tres siglos.
Un año antes, en octubre de 312, antes de la batalla del Puente Milvio, Constantino tuvo un sueño o visión en la que se prometía la victoria si mostraban en sus escudos el signo del crismón, las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego. “Con este signo vencerás” mientras se alzaba una cruz luminosa por encima del sol. Pasó a ser parte de la iconografía imperial. La victoria le convirtió en el único gobernante de todo el Imperio romano de Occidente.
Así que al año siguiente se declaró la libertad de culto. No sería hasta el año 380 que la religión cristiana fuera la religión oficial del Imperio romano por decreto del emperador Teodosio, auténtico hito en la historia europea ya que se unieron las raíces judeocristianas con la antigüedad greco-romana. El número de los cristianos habían crecido muchísimo: de los 40.000 que había en el año 150 a casi 6.300.000 en el año 300. El reinado de Constantino fue crucial en la historia del cristianismo; es llamado el “decimotercer apóstol” en las iglesias orientales y venerado como santo.
En Jerusalén y Belén
Pero volvamos a santa Elena, cuyo hijo la nombró augusta o emperatriz romana. Tras convertirse al cristianismo y todo el apoyo de su hijo, con miles de obreros y soldados llegó a Jerusalén en el año 326 dispuesta a recuperar los Lugares Santos y desterrar los cultos paganos a que se habían destinado los lugares exactos de la vida de Jesucristo.
Así demolió el altar de Venus erigido en el Monte Calvario por Adriano en 135, que había consagrado a Afrodita el lugar, y mandó cavar hasta encontrar la cruz. Interrogó a la primitiva comunidad cristiana y a los judíos más sabios del país. Cuenta la Leyenda Dorada que detrás del lugar de la crucifixión de Cristo, que estaba fuera de la ciudad amurallada pero cerca de ella, se encontraron tres cruces y, por la sanación de un moribundo, supieron cuál era la de Jesús. Hoy en día se celebra el 3 de mayo la fiesta de la Invención (de inventario) de la Cruz, rememorando aquel hallazgo.
El mismo Constantino escribió a Macario, patriarca de Jerusalén, una carta en la que ordenaba la construcción en aquel lugar de “una basílica que sea superior a todas cuantas existen, y que, juntamente con el resto de la obra, supere a los monumentos más bellos de cualquier ciudad”.
El 17 de septiembre del año 335 se inauguró el gran complejo basilical de cinco naves, un atrio porticado, un patio interior rodeado de pórticos con columnas y la Anástasis (Resurrección), grandioso mausoleo de forma circular con una gran cúpula sobre la Tumba de Cristo, realizado por dos arquitectos, Zenobio y Eustasio.
De enormes proporciones, llena de mármoles y piedras pulidas, con la cubierta de plomo, el techo tallado y encofrado y todo dorado debió de ser lo más monumental y rico de todo el Imperio. A partir del siglo VII, la historia del lugar habla de numerosos incendios, saqueos, demoliciones y hasta terremotos. Pero hay tanto que contar que lo dejaremos para sucesivas entradas.
También el emperador mandó construir en Belén una gran basílica sobre la gruta donde nació Jesús por expreso deseo de su madre que estaba presente en su inauguración el 31 de mayo del 339.
Y el sólido recuerdo de la memoria colectiva del lugar donde Jesús enseñó su oración del Padrenuestro a sus discípulos hizo que santa Elena construyera también una basílica en la cima del Monte de los Olivos, llamada Eleona, de tres naves y un gran atrio con cuatro pórticos. Gracias a excavaciones de 1910 conocemos la primera planta de aquella gran construcción.
Capilla de Santa Elena en la Basílica del Santo Sepulcro
Por unas escaleras desde la planta principal de la Basílica se accede a la cripta de Santa Elena, hoy en manos de los armenios ortodoxos y recién restaurada. Es una capilla de tres naves entre muros constantinianos, de arquitectura cruzada. El mosaico del suelo es moderno. Desde ella, bajando otro tramo de escaleras, de llega a la capilla de la Invención o Hallazgo de la Cruz, el lugar más bajo de la basílica, que fuera antigua cisterna. El Archiduque Maximiliano de Austria regaló una gran estatua de bronce de nuestra santa abrazando la cruz que preside el lugar. Este es propiamente el espacio más original; y en las paredes de las escaleras de acceso miles de peregrinos han dejado sus cruces talladas a lo largo de los siglos.





La primitiva comunidad de Jerusalén celebró allí liturgias hasta el año 66. Era una cantera en desuso fuera de las murallas. Pero en el año 41-43 pasó a estar dentro de ellas y se mantuvo la memoria del lugar fácilmente, sobre todo porque en 135 Adriano mandó rellenar la cantera con el fin de obtener una base nivelada para su templo a Afrodita y así acabar con el culto cristiano. Lejos de lograrlo, permitió saber con exactitud dónde estaban los lugares santos de la redención. Gracias, Adriano. Gracias, santa Elena.
Vídeo sobre la historia de Santa Elena del Christian Media Center en Youtube (3’53»)