Nostalgia, vacío, soledad, fracaso. Ocasión para la confianza y el abandono en la presencia de Dios. La vida de Charles de Foucauld (1858-1916), que hoy será proclamado santo para la Iglesia universal, acabó mal, asesinado en 1916 en el desierto del sur de Argelia. Predicaba con su sola presencia, silenciosa y amistosa, entre los más pobres y abrasados del desierto. No consiguió ningún discípulo. Volvió a lo esencial, lo aprendió en Nazaret.
El “hermano universal”, ermitaño del desierto del Sahara, tenía la cara bruñida por el sol. También sus manos estaban envejecidas y testimoniaban su buen hacer con las herramientas de artesano, como san José y el mismo Jesús en su vida escondida de Nazaret. “Mi pensamiento de vida: imitar la vida oculta de nuestro Señor en Nazaret lo más perfectamente posible, como nuestro querido san Francisco imitó su vida apostólica”.

Estas líneas solo pretenden esbozar alguna pista de su paso por Tierra Santa, hito imprescindible de su biografía que buscamos comprender mejor. De su “personalidad asombrosa y compleja”, como dice el arzobispo de Argel, podemos imaginar una vida ajena a la nuestra pero que nos aviva el deseo de una sencillez sin pretensiones, una esperanza enamorada y un servicio silencioso. “Dios mío, dígnate darme un sentimiento continuo de tu presencia, y al mismo tiempo este amor temeroso que se experimenta en presencia de lo que se ama apasionadamente y que hace que no se puedan separar los ojos de la persona amada” (Escritos Espirituales, p. 51).
Infancia y juventud disipada
El mismo año que las apariciones de Lourdes, nace en Estrasburgo el 15 de septiembre de 1858 en una familia distinguida Charles Eugéne. Tanto que heredaría el título de vizconde de Foucauld. Con seis años se queda huérfano y se traslada con su hermana María Inés, tres años menor, a casa de los abuelos maternos. Después, a sus diez años, van a vivir con su tía, Madame Moitessier, la madre de la famosa prima María de Bondy, que era ocho años mayor que Charles y será su confidente, su “ángel terrestre”, le acompañará toda su vida.
Es educado en la fe pero la abandona en 1874: “A los diecisiete años, todo en mí era egoísmo, impiedad, deseo del mal, me sentía trastornado”, escribe en una carta a su prima.
Estudia con los jesuitas en Versalles, lee sin descanso a los clásicos y accede a la carrera militar en 1876, eligiendo la caballería. Por la muerte de su abuelo, cuyo duelo le duraría muchos años, hereda una importante cantidad de dinero. Le expulsan por mala conducta, casi desenfrenada, dilapidando su fortuna, y en 1881 se escapa con Mimí, actriz de París con mala reputación con la que convivía. “Más que un hombre, yo era un cerdo”, escribió sobre esa etapa. Apenas había cumplido los veintitrés años.
Más tarde volverá a la carrera militar para entrar en batalla en Orán durante seis meses unido a sus compañeros. Demuestra un comportamiento ejemplar y cambia de estilo de vida. Renuncia al Ejército para dedicarse a las lenguas semitas, árabe y hebreo, y a poder viajar porque le fascinaba el mundo árabe.
Inicia entonces un largo camino como explorador y geógrafo en Marruecos donde se hace pasar por judío, pues estaba prohibido para los cristianos, y así recorrer esa tierra ignota. Meses de mucho riesgo e incidentes, abnegación y sacrificio. Su importante trabajo cartográfico le hizo merecedor de la medalla de oro de la Sociedad Geográfica de París, la más antigua del mundo. Goza de fama y prestigio, incluso recibe honores académicos en la Sorbona. Piensa en casarse con Marie-Marguerite Titre, pero él rompe el compromiso y tiene una crisis existencial. En su recorrido por Argelia y Túnez le atrae la religiosidad del Islam. “Dios mío, si existes, haz que te conozca”, repetirá sin parar. “Tu primera gracia, aquella en la que veo la primera aurora de mi conversión, es haberme hecho experimentar el hambre… cuando me volví a ti, muy tímidamente, a tientas, haciéndote esta extraña oración: «Si existes, haz que yo te conozca»”.
Conversión y vocación a la intemperie
El 30 de octubre de 1886 el encuentro con Henri Huvelin, párroco de San Agustín de París, es definitivo; se confiesa y comulga. Vuelve al cristianismo, con veintiocho años. “Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer nada más que vivir para Él. Mi vocación religiosa data del mismo momento de mi fe”, escribiría años más tarde.
Comenzó a rezar el breviario y a leer a los Padres del Desierto. Publica su expedición como Reconocimiento en Marruecos (1883-1884), que fue muy elogiado por las autoridades académicas, aspecto que ya le importaba bien poco.
Para comprender mejor su fe y conocer más a Jesucristo, peregrina en 1888 por primera vez a Tierra Santa durante tres meses, de donde vuelve impactado buscando su vocación concreta, su lugar en el mundo. Buscaba servir en lo que llamaba “el último lugar”. Pasó la Navidad en Belén pero en Nazaret descubrió “la humilde y oscura existencia del divino Obrero”.
En 1890 entra en la Trapa de Nuestra Señora de las Nieves tomando el nombre de hermano Alberico María: “Este sacrificio me costó todas mis lágrimas porque desde entonces, desde aquel día, ya no lloro…”. Pasa varios años en la Trapa de Cheikhlé, en el Imperio Otomano, actual Siria. Hizo allí su profesión simple de votos el 2 de febrero de 1892 y recibió la tonsura. Conoció el horror de las masacres contra los cristianos, que despertó su deseo del sacerdocio para atenderles mejor. El monasterio acabaría siendo abandonado durante el genocidio armenio.
Sigue buscando mayor radicalidad, quizá fundar alguna asociación que imitara la vida oculta de un trabajador pobre y humilde, y se le concede el permiso para dejar la Trapa y no continuar con sus votos. Sus superiores deciden enviarle a Roma a estudiar teología para ser sacerdote. Vuelve a Tierra Santa para vivir entre 1897 y 1900 junto a las clarisas de Nazaret, “donde me encuentro como pez en el agua”. Su vocación contemplativa y eremítica está ya marcada. También su espiritualidad eucarística. “Mi Señor Jesús, estás en la Santa Eucaristía: ¡estás ahí, a un metro de mí, en este ostensorio! Tu cuerpo, tu alma, tu divinidad… ¡Qué cerca estás de mí, Dios mío! Mi salvador, mi buen Jesús, mi hermano…” (Escritos Espirituales, p. 69).
Misionero y místico, muere asesinado
Con 43 años es ordenado sacerdote en Viviers el 9 de junio de 1901 y compra un terreno donde se instala en el Sahara argelino para construir una capilla y liberar a los esclavos. Bajo seudónimo publica el Diccionario Tuareg-Francés, dialecto Ahaggar, más de dos mil páginas escritas de su puño y letra, aún hoy referencia de los estudiosos. También se sumergió en más de seis mil versos tuareg para conocer mejor su cultura.
Construye varias ermitas de Tamanrasset en las que vive. «¡Mañana se cumplen diez años desde que digo la Santa Misa en la ermita de Tamanrasset y ni un solo converso! Hay que rezar, trabajar y tener paciencia», resumió así su vida entre los tuareg en un papel. Quería extender la “espiritualidad del desierto” y en 1909 funda la “Unión de Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón” con la misión de evangelizar a los pueblos bereberes, mayoritarios en el noroeste de África. Intuición profética nada más porque nadie se le unió en vida. De su Reglamento se desprenden las notas que inspirarán su fecunda familia religiosa tardía. “Amar a Dios es querer lo que Él quiere”.
Murió asesinado por los senusistas, rebeldes tuareg, el 1 de diciembre de 1916 en la puerta de su ermita durante una revuelta antifrancesa en Argelia, cuando contaba 58 años. Había construido un fortín de ladrillos para la población como refugio con víveres, un pozo y armas en caso de ataque. Tres días antes de su trágica muerte había acabado la revisión de las poesías tuareg.
En 1955 la familia espiritual de Charles de Foucauld ya tenía ocho ramas. Fue beatificado por Benedicto XVI el 13 de noviembre de 2005 al que calificó como “exégesis viva de la Palabra de Dios”.
Hoy diez institutos religiosos y diez asociaciones de vida espiritual de familias religiosas diferentes, laicos, sacerdotes y religiosos y religiosas, con más de 13.000 miembros en todo el mundo, celebran en Roma que la Iglesia nos propone a todos su ideal de santidad: el apostolado de la bondad, el abandono espiritual y la discreta presencia entre los últimos. Es una promesa para toda la Iglesia.

Su paso por Tierra Santa
Nos detenemos algo más en su segunda estancia en Tierra Santa. Llega el 24 de febrero de 1897 y a Nazaret, el 10 de marzo. Allí se encuentra con la madre St. Michel, abadesa del monasterio de Santa Clara, con la que se entiende a la perfección pues a los dos les animaba un gran amor por Jesús en la eucaristía. Deposita en ella toda su confianza. A cambio de algunos trabajos le permite vivir en la caseta de las herramientas, en los límites de la tapia del monasterio, y recibe algo de alimento como pago. La Nazaret de entonces no era muy distinta en su humildad de la de los tiempos evangélicos, pobre y bastante pequeña.
Oración y penitencia, vida ascética y de silencio, trabajo manual y adoración. “Toda nuestra existencia, todo nuestro ser debe gritar el Evangelio sobre los tejados. Toda nuestra persona debe respirar a Jesús, todos nuestros actos, toda nuestra vida deben gritar que pertenecemos a Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica”.
Escribía sus meditaciones, unas tres mil páginas hay recogidas. Se aprendía el Evangelio de memoria y pasaba días y noches en profunda adoración. Una vida sencilla y oculta a imitación de su Señor. “La adoración… esa mirada silenciosa más elocuente que mil palabras… esa mirada silenciosa que encierra la más apasionada declaración de amor…” (Escritos Espirituales, p. 59).
Hay más pistas de su paso por Tierra Santa. Durante una semana de retiro en marzo de 1898 en Taybeh, hoy el único pueblo cristiano de Cisjordania, empezó a llamarse hermano Carlos de Jesús y al año siguiente tomaría como lema “Jesus Caritas”. Se cosió un trozo de tela en su hábito que representaba el amor del Sagrado Corazón. Decide renunciar a todos sus bienes. Ha encontrado su llamada a ocupar el último lugar y quiere quedarse allí.
Así el hermano Carlos de Jesús escribe su deseo en Tierra Santa: “Creo que es mi deber esforzarme por adquirir el probable lugar del Monte de las Bienaventuranzas, para asegurar su propiedad a la Iglesia, cediéndola después a los Franciscanos, y también el de esforzarme por construir un altar donde, perpetuamente, se celebre la misa cada día y esté presente Nuestro Señor en el Tabernáculo…” (26 de abril de 1900).
“Allí podré infinitamente más por el prójimo, por mi solo ofrecimiento del santo sacrificio… colocando un tabernáculo que con la sola presencia del Santísimo Sacramento santificará invisiblemente los alrededores, de la misma manera como nuestro Señor en el seno de su madre santificó la casa de Juan… como también con los peregrinos… con la hospitalidad, la limosna, la caridad que intentaré practicar con todos”. Más adelante, en el desierto, cuando no pudo celebrar la misa durante meses porque las normas requerían un monaguillo, creyó profundamente que la presencia de Jesús eucaristía santificaba misteriosamente a las personas cercanas.
La abadesa de las clarisas de Jerusalén, la madre Elisabeth, que ha oído hablar de él, le hace llamar y le alienta para su fundación de sacerdotes ermitaños. Así que pidió dinero a su hermana y pudo comprar el terreno. ¡Pero le estafaron! Ayer como hoy. Y no pudo cumplir su sueño porque perdió todo el dinero. Al final en 1938 se construyó el santuario de las Bienaventuranzas que sostienen unas religiosas franciscanas, que es el que hoy visitamos.
También alentado por la abadesa pidió su ordenación sacerdotal al Patriarca de Jerusalén y esto tampoco cuajó. Decidió prepararse para el sacerdocio en Francia. Gracias a Dios, la monja ya no le animó en más proyectos.
Presencia en Tierra Santa hoy
Hoy en día la comunidad de hermanas de Santa Clara vive en un monasterio moderno al que se trasladaron cuando el antiguo empezó a estar casi en el centro de una ciudad que no paraba de crecer. Pero ahora son los Hermanos de Jesús los que ocupan el monasterio que acogiera a su fundador durante un tiempo crucial de su vida. Allí está el pozo del que el hermano Carlos se encargaba de sacar el agua. Se puede acceder con facilidad a la capilla para participar de la adoración eucarística que, con sencillez delicada, los Hermanos ofrecen al mundo.




En el monasterio de arriba, el actual, las hermanas de origen francés y desde hace unos años de México, tienen un pequeño museo (unos seis metros cuadrados) con algunas pertinencias de Charles de Foucauld: un icono de la Virgen del Perpetuo Socorro que él pintó, sus sandalias, tablas de su caseta de madera en las que pintó palabras del Evangelio, así como algunas fotos y recuerdos.




VI Estación de la Vía Dolorosa
Junto al Evangelio y al Sagrado Corazón, el tercer elemento de su espiritualidad podría ser el Rostro de Cristo, como signo de su Encarnación, al que adoraba en el sacramento de la eucaristía. En la VI Estación de la Vía Dolorosa, “La Verónica enjuga el Rostro de Jesús”, están presentes las Hermanitas de Jesús cuyo carisma nace del hermano Carlos de Jesús. Su presencia cotidiana entre los vecinos y la Iglesia local, además de los numerosos peregrinos, hacen más amable el mundo. Comparten la vida de su gente, imitan a Jesús y acompañan el destino y el significado del Rostro amado haciendo presente a Dios en la vida diaria, normal y corriente.
Como les dijo san Juan Pablo II (11 de septiembre de 1989) a las Hermanitas de Jesús: “Habéis recibido de Dios la gracia de inventar una presencia nueva y original en el mundo de los pobres, al estilo de Carlos de Foucauld (…). Vuestro codo a codo con la gente de la calle, las minorías inaccesibles, los hombres y mujeres más despreciados y olvidados… es la parte visible de vuestro camino hacia el Padre (…). Que los pobres os lleven al corazón de Dios. Es un hermoso don del Señor”.





Kiko Argüello, el Camino y el sueño de Charles
Cerca del Monte de las Bienaventuranzas, al Camino Neocatecumenal ha podido cumplir el sueño que truncó aquella estafa. Existe una capilla de adoración perpetua. “Hay que hacer comunidades cristianas como la Sagrada Familia de Nazaret que vivan en humildad, sencillez y alabanza. El otro es Cristo” es el lema del Camino.
Cuenta Kiko sobre cuando se fue a vivir a unas barracas de Madrid: “No fui allí para enseñar a leer y escribir a aquella gente, ni para hacer asistencia social y ni siquiera para predicar el Evangelio. Me fui allí para ponerme al lado de Jesucristo. Charles De Foucauld me había dado la fórmula para vivir en medio de los pobres como un pobre, silenciosamente. Este hombre supo vivir una presencia silenciosa de testimonio entre los pobres. Tenía como ideal la vida oculta que Jesús vivió treinta años en Nazaret, sin decir nada, en medio de los hombres. Esta era la espiritualidad de Charles de Foucauld: vivir en silencio entre los pobres. Foucauld me dio la fórmula para realizar mi ideal monástico: vivir como pobre entre los pobres, compartiendo su casa, su trabajo y su vida, sin pedir nada a nadie y sin hacer ninguna cosa especial. Jamás pensé montar una escuela o un dispensario o algo por el estilo. Solo quería estar entre ellos compartiendo su realidad” (Madrid, febrero 1992).
Milagro y oración de abandono

Para la canonización se aprobó el siguiente milagro: un carpintero no bautizado y no creyente de Saumur (Francia), Charle, de veintiún años, quedó sin secuelas de una caída de más de quince metros de altura sobre un banco el 30 de noviembre de 2016; uno de los trozos le atravesó justo por debajo del corazón. Cientos de personas rezaban pidiendo la intercesión del hoy nuevo santo para su curación. Estos feligreses de la parroquia del Beato Charles intensificaron la oración de abandono, la más conocida del santo. Su origen es un comentario al Evangelio de Lucas 23.46, síntesis de la nueva espiritualidad del desierto en el siglo XX, así que no fue redactada originalmente como oración sino como una meditación escrita.
Padre mío,
me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.
Texto original en francés es el siguiente: «Mon Père, je me remets entre Vos mains; mon Père je me confie à Vous, mon Père, je m’abandonne à Vous; mon Père, faites de moi ce qu’Il Vous plaira; quoique Vous fassiez de moi, je Vous remercie; merci de tout, je suis prêt à tout; j’accepte tout; je Vous remercie de tout; pourvu que Votre volonté se fasse en moi, mon Dieu, pourvu que Votre Volonté se fasse en toutes Vos créatures, en tous Vos enfants, en tous ceux que Votre Cœur aime, je ne désire rien d’autre mon Dieu; je remets mon âme entre Vos mains; je Vous la donne, mon Dieu, avec tout l’amour de mon cœur, parce que je Vous aime, et que ce m’est un besoin d’amour de me donner, de me remettre en Vos mains sans mesure: je me remets entre Vos mains, avec une infinie confiance, car Vous êtes mon Père.»
De “l’Affaire du Mont des Beatitudes”, in R. Bazin, Charles de Foucauld á Nazareth 1897-1900, Ed. Soeurs Clarisses-Nazareth 1994 – pp. 57-59.